El arte de establecer límites
Limitar hasta dónde llegan los demás y hasta dónde voy son ahora un común denominador. En ocasiones puede ser costoso. En otras, pasaporte a la liberación.
Hace poco me topé con una divertida y profunda viñeta en redes sociales. Lastimosamente, no logré guardarla o tomarle una captura de pantalla, pero sí recuerdo perfectamente lo que allí había.
Este es un diálogo, al parecer, entre dos amigos o personas conocidas en medio de una sala. En la conversación, una persona le pregunta a la otra:
- ¿Qué has hecho para verte tan feliz?
La otra le responde:
- Puse límites.
Incluso, algo así me conectó con la frase que más llevo anclada de Friedrich Nietzsche en su grandiosa creación ‘Así habló Zaratustra’:
“For this is hardest of all: to close the open hand out of love and keep modest as a giver”.
La traducción literal de esta máxima de Nietzsche es poco sensual en castellano, pero es algo parecido a entender que entre las más difíciles de las decisiones está cerrar la mano que surte de amor y mantenerla moderada como un dador de ese mismo afecto.
¡Y qué difícil es!
Ahí, creo, es donde nace uno de los grandes problemas de nuestras relaciones. Establecer límites, en especial, cuando ya no es sano dar ni recibir y cuando reconocemos que hace daño o que duele es uno de los momentos que más enfrentan la consciencia y el corazón.
Siempre debe quedar en claro que la ausencia de límites generalmente termina en abuso y tórridas broncas.
Poner límites fue algo que no nos enseñaron a muchos de nosotros de niños. Por lo contrario, tuvimos que asentir y poco protestar. Así, pues, una enorme tolerancia a los retos emocionales fue creciendo, evitando que tuviéramos el don de la confrontación.
También, un error está en esa excesiva tendencia a compartir lo más íntimo de las emociones y sus expresiones con personas que no están preparadas para recibir esto o que simplemente no están dispuestas a recibirlo. Peor aún, querer entregar afecto a quien no lo sabe recibir o no lo valora es una muestra clara de un límite urgente.
¿Y cómo se inicia un límite? No lo sé. Estoy lejísimos de ser un terapeuta, un psicólogo o alguien que pueda hablar con propiedad sobre estos temas.
Lo único que he podido entender y aplicar por cuenta propia es que establecer límites es casi que un arte. No se trata de cerrarse y ubicarse en un punto sin acceso, sino también de definir qué vías de doble flujo comunicacional y afectivo establecemos con los demás.
Instaurar límites no es encerrarse. Por lo contrario, tenerlos es un camino único a la vulnerabilidad que nos hace libres. Los límites hablan de nuestra responsabilidad, audacia y autenticidad. Allí, entonces, nos sabemos suficientes y abiertos.
En mi caso, poner límites al principio puede ofrecer una sensación de inseguridad o duda. Me ha sucedido que al principio siento que no soy yo. Después, cuando estoy más tranquilo y a gusto con la situación, me encuentro con que la realidad está cimentada dentro de la sabiduría propia de las emociones. Ellas, en el fondo, guardan el sentido de la salud mental cuando están bien sintonizadas.
Por eso, también creo que hay que saberse escuchar para poder demostrarse a sí que el autoconcepto y el valor propio parten de saberse bien concebido y valorado. Si las emociones son contrarias a esto, lo mejor, entonces, es establecer límites, respetarlos y hacerlos respetar.
Al final, no se trata de la obra al final, sino de lo que hacemos en el proceso. Por eso mismo, creo que es un arte.
Que no nos pase que solo establezcamos límites cuando otros ya nos han demostrado nuestras propias fronteras, como si nos quisieran dibujar hasta dónde podemos llegar.
¡Cuidado con esa sensación de insuficiencia! Si no hay sensación de valoración, muy probablemente un límite en esa doble vía del afecto es necesaria y menester.