El costo de extrañar
“Nadie nos advirtió que extrañar, es el costo que tienen los buenos momentos.” — Mario Benedetti.
A veces creo que las emociones son costosas. Cada una viene con un cargo energético que puede terminar por darnos más fuerzas y saciarnos o dejarnos en la espesura del cansancio y desesperanzados.
Precisamente, cuando llego a escribir esta columna, me siento en el punto menos nostálgico en muchos meses y, quizás, por esto, logro desenredar la maraña de este pensamiento que he cavilado por largo tiempo.
Extrañar es todo lo contrario a lo que buscamos cuando nos planteamos vivir en el presente. Extrañar es una ventana de salida a las abrumadoras emociones presentes para refugiarnos en el entorno seguro de lo ya conocido. Pero extrañar nunca trae nada nuevo y puede llevarnos a un cruce donde no hay salida más allá de la amargura y el aburrimiento.
Tampoco pienso condenar el acto noble de extrañar. Es natural que atesoremos momentos y busquemos recrearlos para que lleguen como dosis de alegría a remediar todo dolor de melancolía y destierro emocional. Cuando extrañamos recordamos que fuimos felices y amados y se nos revive, en cierta manera, la esperanza de volverlo a tener.
Sin embargo, puede ser todo lo contrario y convertirse en un recuerdo tortuoso de lo que sabemos que no volverá. El costo emocional de esto último es enorme y funda todas las desgracias propias del despecho y la tristeza.
Cuando estamos lejos, extrañar se convierte casi que en una costumbre de oficio. Extrañamos abrazos, momentos, cercanías y experiencias. Personalmente, extraño mucho la comida que prepara mi madre o también el sabor que rodea la cocina de mi país y sus particulares olores de un verano sempiterno. A veces me imagino disfrutando de nuevo de todo ello y esa extrañeza me lleva a imaginarme un reencuentro que me conduzca a contemplar y vivir con mayor intensidad en una siguiente oportunidad.
No obstante, extrañar también puede ser una sensación liberadora y sanadora. Extrañar nos repasa las prioridades de nuestro sentir y desnuda nuestras verdaderas preferencias. Cuando extrañamos reconocemos lo que nos hace bien y nos alegra; incluso, logramos aclarar muchas dudas que emergen cuando el camino tiene muchos desvíos. El ego desea, pero el alma extraña.
Está bien desear aquello que tuvimos y que por alguna razón no está, pero ¿hasta qué punto y a qué costo? ¿Qué tanto de extrañar nos impide disfrutar de algo que posiblemente extrañemos también luego? Finalmente, extrañar tiene una licencia y es que no es una decisión ni es un acto voluntario. Extrañar es un acto espontáneo del corazón.
Quizás, la vida está compuesta de capas o finas películas que van cubriendo, cada una, la particular impresión de la extrañeza y la contemplación temporal de buscar volver a vivir lo otrora sentido.
Finalmente, podemos pasar el tiempo extrañando lo vivido o viviendo lo extrañado.