El síndrome del impostor

Luis Felipe Molina R.
3 min readJun 9, 2023

Este no es un texto explicativo sobre este síndrome. Es solo una manera de reflexionar sobre el papel de la duda y el autocuestionamiento y cómo ello puede terminar por alienarnos de la realidad presente.

Una persona con la que quiero llegar a viejo recibió con cariño y amor la más fresca de las buenas nuevas. En su rostro se dibujaba la dicha más genuina, puesto que la esencia de las emociones está en gastarlas en la acción misma de expresarlas.

A pesar de la distancia física, el acto de compartir el logro es una compensación más que abundante por los vínculos irrestrictos. De cierta manera, hay una frase que -parafraseada- sugiere que uno pertenece a las personas en las que piensa cuando se viaja.

Yo agregaría que uno pertenece a aquellos hacia quienes ‘corremos’ para contar las buenas noticias y los logros. Es una especie necesidad de tocar la puerta, de interrumpir y hacer sentir que hay algo nuevo, que la cotidianidad está vencida.

Sin embargo, hay un sentimiento pesado y oportunista que fuerza al emisario de las buenas noticias a negarse de recibir los parabienes y las expresiones de afecto. Lo peor aún: a no creerlas. Existe una especie compleja de dudar de todo aquello que se nos rinde como un laurel, como si se tratara del descrédito como modelo de aprobación y autenticación.

Y es ahí donde reside gran parte del impostor que nos hace pensar que no somos ‘dignos’ de nuestros reconocimientos o que existe un fraude en la felicitación porque se generalizan y trivializan los logros pensando que son cotidianidad o algo común o previsible. Y menoscabando y desdibujando la oportunidad de la gloria es que se desvanece la felicidad.

Entonces, lo más sensato y oportuno es volver al amor primero. A ese que determina el sentido que hemos recibido para adjuntarle a todas las cosas que tienen sentido de moción emocional. Es allí cuando desde nuestros seres amados emerge una especie de escudo de protección, un Batman en pijama que siempre está ahí siendo fiel custodio y confidente.

Finalmente, al impostor no queda otra cosa que tratarlo como tal. ¿Usted le cree a un impostor o lo mira o desconfianza y desdén?

Pues, bien, en cierta manera, hay que darle al impostor un poco más de las mismas noticias que trae y decirle que está lejos de la realidad, que es hipócrita otorgarle confianza a la fuente de la desconfianza. No es un síndrome, es solo un impostor y como tal, cuando se cae su velo, no queda más que su fallido retrato.

Ahí, quizás, propiamente después de ser vencido y ultimado, la dicha es solo nuestra y de los demás, como debe ser.

Para qué la alegría si no está para ser compartida, para qué una sonrisa si no es para que las demás la vean. Por algo no vemos la nuestra, sino que apreciamos y disfrutamos las que nos comparten los demás, como la misma vida o las buenas noticias.

Está pasando, es nuestro y hay que disfrutarlo.

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Luis Felipe Molina R.

Periodista. Intento de escritor por desocupación. Pseudometeorólogo. Poco problemático, pero imprudente.